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Dragones, Mujeres y la propiedad conmutativa


Dos meses. Dos meses sin poder ir al templo de ninguna forma. Cuando hablaban de reabrir los centros comerciales, el mío, mi cine, decidió permanecer una semana más cerrado. Para poder garantizar una cartelera decente. Se estrena Raya, el último dragón. Y es sabida mi afición por los dragones. Soy Targarian. Sí. El rey loco y demás. Tal cual. Pero empiezo a leer noticias sobre boicotear el boicot de la boicoteadora Disney, la fábrica de sueños, el lugar más mentiroso y real a la vez del planeta. Quienes convierten las cosas malas en buenas. Quienes siempre nos verán con cara de dólar (o euro) y no nos regalarán ni una vuelta en su nuevo tren de la bruja. Los retrató perfecto mi querido Tim Burton en Dumbo. Una colleja en toda regla. Hizo un “berlanga” con la factoría (Nota: Hacer un Berlanga: Chotear a la censura sin pudor. Véase El Verdugo). 

Disney nos engaña. Nos vende humo. Nos hace pensar que podremos tener lo que no podemos tener. El gran sueño americano. Y luego llega, y nos pone la peli en Premiun a veintidós eurazos. Que no es por la pasta (me acabo de comprar Batman vs. Superman en UHD4K y no tengo reproductor 4k, pero es que vienen unos extras…..) Que no es por la pasta. Que síi. Es porque compro “nada”. Puedo alquilar, pero sé que es algo efímero. Un archivo en la nube que me dejan ver durante cuarenta y ocho horas y fin. Pero ¿comprar un archivo que ellos me pueden quitar? ¿Que no puede almacenar polvo en mis estanterías? ¿Que no puedo toquetear? Porque soy muy tocona. No señores y señoras, noooo. Lo siento. Que no. Que quiero la pantalla grande. Volver al templo. Mi ritual. Mi purificación. Y con todos estos rumore rumore rumore dudaba infinito de que Raya viniera de visita.  Y vaya si vino, vino muy fuerte. Llenazo completo y regalo de póster. Y llantos varios. 

Es la primera peli que veo que mira hacia su izquierda y no hacia su ombligo. Bueno, la película no, los que la hacen, claro. Me recuerda tanto a Nausicaa que me encanta. Salvando las distancias, obvio. Los directores son los encargados de dos de mis pelis favs del Disney actual (Disney, no Pixar, soy señora que distingue): Vaiana/Moana (2016) y Big Hero 6 (2014). Ambas nominadas a mejor largo de animación, y en el caso de BB8 ganador. Ojo, que competía contra dos PELÍCULAS con mayúsculas, reverencia, quitada de sombrero y sin poder mirar a los ojos. La Canción del mar y La Princesa Kaguya. Vaiana no competía con obras menores. Pero cuán difícil es defender unas frente a otras. En estas pelis disneilandianas (ñoqui ñoqui) no hay interés romántico, no hay relaciones de pareja y la finalidad de la película no es mostrar lo feliz que puede ser una princesa. Pero parece que siempre que Disney estrena una peli es “la primera peli en la que la mujer no busca un hombre no busca ser feliz no busca más que el bienestar de su pueblo”. Lo escuché con Vaiana, luego lo escuché con Frozen (aunque lo cumple solo con Elsa, no con Ana). En pixar tenemos más ejemplos. Pero estamos con Disney. No lo escuché de Vanellope. Quizá sea porque ¿es una niña? No obstante, Ghibli, lleva haciéndolo mucho tiempo. Mujeres fuertes que buscan el bienestar de su aldea. Nausicaa, Mononoke, e incluso Lady Eboshi. 

Dicen por ahí que Disney hace una y otra vez la misma película. Pero, sinceramente, salvo excepciones, todas las películas son la misma película una y otra vez. Podéis leer a Escalonilla. Si la cosa funciona ¿por qué cambiarlo? La estructura es la que es. Y la aventura es la aventura. Igual que Vaiana, en otro contexto y con otros asuntos aunque con la misma finalidad. Eso sí, un poco más grande. Pasamos de un pueblo, a todo un país. Y pasamos de problemas ecológicos, a problemas sociales. Los Drumm han aparecido porque la discordia humana se ha apoderado de las almas y pueden así convertir en piedra todo a su paso. Hasta los magníficos Dragones. Dragones que ofrecen la vida a los seres humanos. Seres que no se merecen la bondad de los Dragones. El jefe Benja desea unir de nuevo Kumandra. Dividida por la lucha por la gema del último dragón, Sisu. Benja asume el principio de responsabilidad de Hans Jonas, solo que quitándole el ámbito tecnológico. Quiere que el mundo que herede su hija no sea lo que es, sino recuperar lo que fue. Y desea que así sea. Y desea poder confiar. Él confía. Y Raya también, hasta que la traicionan. Por la ambición y la promesa de una vida mejor. El mundo debe asumir que esto no es como debe ser. Debe poder volver a ser y tener la grandeza del pasado que rompió en pedazos Kumandra. Somos una pequeña parte que puede hacer una pequeña cosa. Pero si cada pequeña parte se une a otra pequeña parte, podemos hacer grandes cosas. Raya enaltece valores eternos. Y esperemos que nunca cambien y sigan estando vigentes. Juntos somos más fuertes. Pero, y aquí llega la negación de la propiedad conmutativa en ciertos aspectos de la vida. Debemos volver a aprender a ser un gran pueblo. Y para eso necesitamos confiar los unos en los otros. Pero, dice Raya “El mundo está roto, no puedo confiar en nadie”. Sola, durante cinco años, ha buscado a Sisu sin descanso, creyendo en un cuento que quizá no sea cierto pero aferrándose a una idea que por peregrina que sea pueda traer a su padre de vuelta. Porque sabe perfectamente que no puede arreglar el mundo. Porque el mundo está roto. Su interés es únicamente propio, egoísta. Individual. Aunque gracias a ese interés traiga de nuevo a la vida a más gente. No cree que Kumandra pueda volver a ser una. Se resigna. Solo quiere a su padre de vuelta. Lo único que tenía. El único en quien podía confiar. Pero Sisu le da la vuelta a su argumento “Quizá el mundo esté roto precisamente porque no confiáis en nadie”.  

A veces hay que dar el primer paso. Pero qué difícil ¿verdad?

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